Estaba a pocas horas de subirme a un avión con destino a Bogotá. Desde el 2019 no viajo fuera de Puerto Rico. A pesar de haber cruzado muchas fronteras y haberme instalado en diferentes países durante mucho tiempo, me siento diferente en esta ocasión. Es la primera vez que me aparto físicamente de mi hijo, Noah. Durante estos últimos cuatro años ha cambiado todo, arrasó una pandemia a nivel colectivo y un embarazo/parto/crianza a nivel individual. Aún me encuentro afrontando muchos cambios y nuevas formas de vivir, sentir y experimentar la condición humana. Desde entonces he estado dedicada en mente y cuerpo a Noah, pero ahora ha llegado la hora de tomarme cuatro días de pausa de la maternidad para asistir al Festival Gabo.
Ese ERA el plan…
Pero los planes no siempre se materializan…
(…)
Llegué al aeropuerto Luis Muñoz Marín para hacer el check-in de Avianca tres horas previas a la salida del vuelo. Eran sobre las 3:00 de la tarde y no había fila. Me acerqué al mostrador y una empleada de la línea aérea no tardó en decirme que la tarifa que había pagado, no incluía derecho a llevar cartera, bolso, mochila, ni ítem personal. Sobre mi espalda cargaba una mochila que había medido detalladamente en casa y cumplía con las especificaciones que indicaba la reservación. Con una mano la empleada señaló el tamaño del compartimento donde debía caber el bulto. Me acerqué a la caja para ver de qué manera podía introducir mi mochila en aquel espacio tan cerrado y limitado. Lo que me decía la empleada no era lo que había leído en el momento de comprar el vuelo. Solo escuchaba el no rotundo de su voz, que se repetía una y otra vez, y su cabeza que giraba en disgusto, en señal de no aprobación.
Por más que giraba la mochila en diferentes ángulos, no lograba meterla en el espacio que me exigían. Comenzaron a bajarme las gotas de sudor por la espalda y la cara mientras me tiré al suelo a comenzar a sacar cosas de la mochila en un intento por hacer que cupiera en la caja de metal que me indicaban. La fila ahora aumentaba. Los pasajeros se acercaban al mostrador, sin problema alguno y la empleada les entregaba su tarjeta de embarque. Me miraban desde un ángulo y con disgusto mientras sacaba mi desodorante, champú y un abrigo en un intento infructuoso por re acomodar mis pertenencias. Lo único que me interesaba era lograr meter la mochila en aquella caja.
Pasaron alrededor de 15 minutos cuando por fin logré introducir la mochila en la caja metálica con las dimensiones aceptadas. Cuando vuelvo a acercarme al mostrador para dejarle saber a la empleada que lo había logrado, me indica que tenía que haber hecho check-in en línea previamente y el pasaje tampoco permitía que lo hiciera con ellos. Bajé la app de Avianca según sus indicaciones y cuando completo el último paso, recibo una notificación diciendo que me habían puesto en una lista de espera sin derecho a viajar ese día. Que habían sobre vendido los asientos y que fuera al gate a esperar más información o un voucher.
La 11ma fiesta del periodismo iberoamericano me esperaba y la ciudad de Bogotá se engalanaba para recibir a algunas de la figuras más reconocidas y admiradas del periodismo. Entre la lista de invitados se encontraban Martín Caparrós, Jon Lee Anderson, Pere Ortin, Jaime Abello, Roberto Herrscher, Leila Guerriero y un largo etcétera. Hubiese sido la tercera vez que asisto a este encuentro de periodistas, cineastas, fotógrafos, comunicadores y personas queridas- pero la primera, en Bogotá.
La agenda programada era cargadísima e interesantísima para estos cuatro días (30 de junio al 2 de julio). Aparte de charlas, eventos culturales y conciertos, había varios talleres programados. Solicité a ‘Desafíos y soluciones para el periodismo independiente en la era digital’, con Gumersindo Lafuente y María Sánchez Díez, taller al que fui seleccionada entre personas de toda Iberoamérica y esperaba asistir. Entre los temas más apremiantes a discutirse estaban los retos y desafíos del periodismo digital, la IA, el ´storytelling´, y la sustentabilidad de los medios. Todo me hacía mucha ilusión.
No pude llegar a Bogotá ni al Festival. El Universo no lo quiso por más que lo intenté y luché. Me desbordé en llanto e impotencia. Encima, perdí el pasaporte esa noche en el aeropuerto. La tristeza y la desilusión me lo robaron. Apareció al día siguiente gracias a un guardia de seguridad. Aunque eso me reconfortó un poco, ya era tarde. Había perdido el vuelo, el hospedaje, el taller, el Festival, todo el viaje, toda la experiencia.
(…)
En el 2016 viajé por primera vez al Festival Gabo, junto a un grupo de estudiantes de Tinta Digital, de la Universidad de Puerto Rico en Arecibo. Estuvimos en Medellín varios días, en la sede durante muchos años del Festival Gabo. Éramos ocho en total, nos alojamos en una casa colonial en un Airbnb, hicimos trabajo voluntario con World Vision Colombia en comunidades marginadas y afectadas por la violencia y el narcotráfico. Fue una de las mejores experiencias de mi vida. En el 2018 repetí la experiencia con otro grupo de estudiantes. Regresamos a Medellín e hicimos una parada de una noche en Panamá. También resultó ser un viaje inolvidable a nivel profesional y personal.
Ahora en el 2023 nada me hacía tanta ilusión como regresar a la capital colombiana, a revivir esta hermosa experiencia que es asistir al Festival Gabo. En otra etapa de mi vida, regresaría sin estudiantes, pero con enormes ansias de aprender, sonreír, escuchar, compartir y enriquecerme de esta hermosa fiesta de periodismo, que se celebra cada año en Colombia.
El orden y la razón detrás de esta historia me siguen pareciendo una incógnita. Incluso una injusticia, sin pies ni cabeza. Una pérdida emocional y material innecesaria. A veces planificamos y la vida nos des-planifica. Tal vez me habré librado de algo. ¿Quién sabe? Solo resta aceptar y fluir. Ya será para una próxima ocasión…


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