La semana pasada llamé a mi amiga querida, a quien conozco desde hace 35 años, de manera inesperada. Casi siempre nos enviamos un mensaje por WhatsApp primero y de esta manera intentamos coordinar nuestro happy hour mensual para desahogarnos y compartir experiencias en torno a la maternidad y otros temas. Nos aseguramos de tener al menos un par de cervezas para pasar el ratito, que aunque breve, se ha vuelto una nueva rutina muy necesaria y sanadora en este camino que es la maternidad.
La coordinación del happy hour es esencial para asegurarnos de que nuestras agendas cargadas nos permitan sacar ese tiempo para nosotras. Mi amiga tiene tres hijos y no sé cómo lo hace, pero es una de las mejores madres que conozco. Encima se ha convertido en mi mentora para estos temas, en los que a menudo necesito una guía. Ella dice que es un título y una responsabilidad grande de llevar, el de mentora, pero ella lo hace perfectamente bien. Tener una amiga-madre con quien hablar, sincerarse, compartir, conectar y desahogarse -aunque sea por medio de una pantalla de teléfono- a veces puede ser la salvación o el empujón que tantas mujeres necesitamos para seguir adelante, cuidando a los hijos y desempeñando este rol tan importante, pero tan pobremente valorado.
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En esta ocasión no le avisé, sino que la llamé de la nada, solo para saber cómo estaba. Cuando contestó y salió su imagen en pantalla, la vi diferente. No era la misma Wonder Woman inquebrantable de siempre, sino que se le veía cansada y seria. Me confesó algo que nunca había hecho antes: estoy amargada y agotada, no puedo más.
Mi amiga es un pedazo de acero: dura, siempre emocionalmente estable y nunca se queja. Sin embargo, en este momento estaba pasando por una crisis maternal, tan común entre madres, pero tan poco comentada y socialmente aceptada. Necesitaba un descanso, estaba exhausta y experimentando una sobre estimulación sensorial. ¡Mamá, mamiiiiiii, mamaaaaa! Esto multiplicado por tres, durante todo el día, es capaz de saturar a cualquiera.
Aunque no es madre soltera, su esposo trabaja horas largas en un negocio familiar y a menudo es ella quien tiene que ocuparse del hogar y de sus tres hijos sola, tarea que en verano cuando los niños están en casa todo el día, puede resultar muy duro y agotador. Los campamentos suelen ser muy costosos y para familias numerosas como esta, inasequibles, así que toca tener a los niños en casa.
Solo tengo que ver cómo paso estas últimas semanas antes de que empiecen las clases, dijo. Acto seguido me pidió disculpas en un intento por justificar su amargura.
Esta escena la traigo a colación porque la sigo recordando y es más común de lo que pensamos. Cuando mamá expresa abiertamente a otra persona su cansancio o pobre estado mental, suele arrepentirse o disculparse rápidamente. Siente vergüenza o teme que la juzguen por ser mala madre. Otras veces lo hacemos en un esfuerzo por evitar que se nos acuse de ser quejonas o de no asumir correctamente nuestro rol. Esto es realmente solo una muestra del machismo que aún permea en la sociedad.
Antropológica e históricamente, desde luego, la mujer se ha ocupado del hogar y de la crianza de los hijos. Lo sabemos y nos guste o no, esta es una realidad. Sin embargo, no podemos seguir arrastrando el pasado para justificar lo injustificable en el 2023. Hoy día aparte de cargar con esta enorme responsabilidad de dar vida y ser guía en el desarrollo integral de otros seres humanos- una de las tareas más importantes en una sociedad-, tenemos que trabajar fuera, cuidar a nuestros padres y madres envejecientes, administrar el hogar y las finanzas, y un largo etcétera. Nuestro rol se ha cuadriplicado y no es para menos que nos sintamos burnt out.
El tiempo para mamá no es capricho, no es vanidad, ni es un reflejo de pereza o vagancia. El tiempo para mamá no es queja, sino tan importante como el aire que respiramos, el descanso que rejuvenece nuestros cuerpos y los alimentos que nos sostienen. No es necesario justificarlo ni sentirnos culpables o vernos en la obligación de pedir disculpas. El mom guilt no es otra cosa que un indicador de la desigualdad de género que aún existe. ¿Por qué no se sienten igualmente culpables los padres, ni se habla de ‘dad guilt´?
No pretendo culparlos únicamente a ellos en este asunto, aunque está claro que las mujeres no recibimos el apoyo que deberíamos, ni hemos logrado la equidad social a la que aspiramos. La crianza de los hijos es el ejemplo más claro y contundente para evidenciar la falta de equidad entre hombre y mujer. Aunque existan padres ejemplares y familias con tribus que asumen roles activos en la crianza, es mamá casi siempre quien carga con el peso mayor de la unidad familiar y, por ende, quien más necesita tiempo para ella para re fortalecerse y para continuar con la carga.
Parir es partirse es el título de un libro escrito por Ana Teresa Toro y Edmaris Carazo, pero también criar es partirse. Nos partimos cuando no podemos atendernos; cuando no tenemos tiempo o energía; cuando no hemos dormido lo suficiente; cuando no podemos con el peso de la realidad y se nos nubla la mente; cuando hacemos malabarismos para provocar el buen funcionamiento de todo; cuando se nos valora poco y se nos exige mucho.
Necesitamos este tiempo con nosotras, que es realmente sagrado, para fortalecernos y re descubrirnos. Urgen unos ratos en los que nos podamos sentar tranquilamente sin atender a nadie ni a nada. Aunque sea por un ratito, necesitamos apagar nuestros hipotálamos que actúan cómo radares alertándonos constantemente sobre nuestros hijos.
La maternidad comprometida provoca que sea muy fácil dejar de atendernos, dejar a medias nuestros proyectos, nuestros trabajos, o cosas que nos hacen felices, por la obligación de ocuparnos por los nuestros. El tiempo para mamá no es negociable y debe ser prioridad para toda la familia, porque si mamá no está bien, está claro que todo lo demás comienza a desmoronarse.
Mamá necesita y merece su tiempo para ser libre, ser ella, sin interrupciones, para hacer lo que le gusta y hace feliz. No debemos subestimarlo, ni conformarnos con menos. Ese espacio necesario le permite re conectar con ella misma, recordarse de quién eres y así alimentar su propia felicidad interna. Podría ser incluso el ingrediente salvador y sanador para muchas familias.



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