Desde hace tres años dejó de sentirse a gusto en su trabajo. Los rezagos de los desastres naturales recientes y la pandemia, transformaron el ambiente, y desde entonces, no se percibía igual. Los que lideraban ahora eran otros, operaban con objetivos muy diferentes en mente. Encima, con cada contrato le continuaban recortando horas. A pesar de contar con una vasta preparación y experiencia profesional, el ciclo de la pobreza y de tener que depender de ayudas externas no parecía tener fin.
“Quisiera conseguir otra cosa”, se decía a sí mismo mientras esperaba que cambiara el semáforo. A su izquierda, un edificio abandonado, que en su momento de esplendor se veía que era de estilo art deco. Ahora solo quedaban las paredes pintadas de un rosa viejo mareado por el sol y el abandono. Tres carteles, viejos también, pegados encima de las paredes leían: “Obedece”. “Consume”. “No protestes”. De repente se cuestionó si aquellos mensajes eran algún tipo de señal del más allá.

El país colgaba de un hilo y bajo asecho político. Las personas dejaron de reunirse y de conversar como antes. Se desvaneció rápidamente el ambiente social con la excusa de dar paso a una nueva realidad posmoderna y neoliberal necesaria. Quienes tomaban las decisiones se motivaban con el lucro personal a costa de otros.
Las relaciones interpersonales y las conversaciones cara a cara comenzaron a ser sustituidas por el WhatsApp. Los desayunos y cafés entre colegas dejaron de existir, negocios que se frecuentaban quebraron y en el lugar de la comunidad, quedó Zoom, Google Meets y chats de todo tipo.
A todo esto, intentó adaptarse lo mejor que pudo a esta nueva realidad. Sabía que tenía un pie adentro y otro afuera, que la cosa tambaleaba más que nunca, pero convencido de su capacidad y méritos, siempre pensó que lograría ubicarse de lleno en aquel lugar.
Su meta era obtener un puesto fijo costara lo que costara, pero, sin darse cuenta, iba dejándose perder mientras intentaba alcanzar ese sueño. En casi una década dejó el pellejo en aquel lugar. Nunca faltaba, participaba en reuniones, comités, asignaciones y tareas de todo tipo, casi siempre sin ser remuneradas. Cuando quedaban días para terminar su contrato – que vencía cada cuatro meses y no daba para costear sus necesidades básicas- tenía que completar un documento para asegurar a los superiores que no se había robado una silla ni una mesa.
También tenía que recoger firmas por todo el predio para tener evidencia de ello. Como si no fuera suficiente, le realizaban cuatro evaluaciones diversas cada año. Y durante todas obtuvo siempre perfecto o casi perfecto. Sin embargo, nunca se le ameritó; servían solo para aumentar a su presión por seguir produciendo y estando presente. Siempre presente, nunca reconocido. Siempre sobreviviendo, nunca sobre terreno firme.

Sin tener derecho a días de vacaciones, enfermedad, plan médico, ni un salario que diera para vivir, pasaron los años y siguió pensando que su recompensa profesional llegaría en algún momento, aunque tardara. En el camino se abandonó, se deprimió y se enfermó.
Un sistema regido por la injusticia y faltas de profesionalismo y ética ya estaba haciendo mella.
La escala salarial no hacía sentido, no existían los méritos ni el reconocimiento por desempeño favorable y el favoritismo político es orden del día. Las personas eran ubicadas en sus puestos de acuerdo a lo que podían ofrecer a quienes gobiernan. Quien que no forma parte del esquema, es excluido y removido tarde o temprano. Otros de sus compañeros se han ido porque simplemente ya no soportan las condiciones y el ambiente de trabajo. A nadie parece importarle perder recursos valiosos y como apenas se fiscaliza, la mayoría se hacen ojos ciegos y oídos sordos.
Ajeno a gran parte de estas cosas, un buen día recibe una llamada para ofrecerle la oportunidad que esperaba. Buscaban un candidato como él. El día de la cita se presentó delante de un público bien documentado y profesional. Intentó poner a un lado la frustración y el enojo acumulado de años y su éxito fue palpable. O al menos eso pensó. A pesar de la mala fe de algunos, fue recomendado para el puesto y de repente comenzó a sentirse que por primera vez en todos esos años, la meta se acercaba más.
De ese momento ha pasado más de medio año. Mientras, seguía esperando, ilusionado, positivo, motivado. Llegaba temprano a su trabajo y seguía usando el único baño cercano que tiene el techo cayéndose en pedazos y los zafacones rebosando de papeles sucios desde temprano. Seguía trabajando en condiciones deplorables, a menudo sin aire acondicionado y calor extremo, sin recursos, internet y en ocasiones en espacios con filtraciones e inundaciones.
No tenía oficina propia porque habían cambiado la cerradura y nunca le entregaron la llave. Tenía que migrar de un lado a otro cargando sus materiales. Respiraba hondo porque era lo que había. De momento el país no ofrecía más nada. Mientras, seguía participando en eventos profesionales y haciendo su labor de la mejor manera posible.
El último día se marchó sin saber que jamás volvería. Siguieron pasando los meses y nunca volvieron a llamar ni a contactarlo. Mucho menos le dieron a conocer el estatus de su solicitud. Se había dormido en las pajas soñando con un ilusión imposible e inalcanzable y perdiéndose en el camino.
(…)
El estrés provocado por un ambiente laboral malsano se encuentra entre las principales causas de depresión mental en los Estados Unidos. Un ambiente laboral tóxico es una oficina poco acogedora, hostil y mentalmente agotadora que hace tu vida miserable, impide tu crecimiento profesional y arruina tu salud mental. Los efectos de vivir soportando y aferrado a un trabajo malsano es equivalente a estar en una relación doméstica tóxica o abusiva. Se deteriora la autoestima, se afecta la salud física y emocional, y se altera el buen funcionamiento de todas las esferas de la vida.
(…)
Y así de ese modo, un día todo hizo clic y decidió dejar de luchar en contra de la corriente. Decidió dejarse llevar por el curso natural de las cosas y soltar. Se dio cuenta que no valía la pena, que ya no le movía estar en ese lugar, que le estaba haciendo daño. Decidió dejar atrás y despedirse de ese trabajo y ese sistema para optar por otro camino, uno de mayores y mejores cosas.
Con el paso de los días, se dio cuenta que fue lo mejor que le pudo haber pasado. Tan pronto soltó y cerró esa puerta, se comenzaron a abrir otras. Esa misma tarde se le presentó otra oferta. Gracias a esa bendición camuflada, logró recuperar su vida y su paz.
El fin de esa era había, por fin, llegado.

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