Comunicadora, docente y madre.
Escribo desde Puerto Rico.

Un tinglar para las Madres

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En la víspera del Día de Madres, 11 de mayo de 2024, una enorme y hermosa mamá tinglar decidió deshovar en la entrada de nuestra comunidad.

A las costas de Puerto Rico suelen llegar tres tipos de tortugas, pero el tinglar, es sin duda, el menos común. Se trata de la tortuga marina más grande que existe en el mundo y que habita en el trópico. Llega a medir de 8 a 10 pies de largo y se alimenta de aproximadamente 2,000 aguavivas al día, su comida favorita. Los tinglares están en peligro de extinción y los residentes del Barrio Islote de Arecibo, lo sabemos muy bien.

Quienes vivimos cerca de la playa, vemos a menudo los nidos marcados en la arena, o letreros que anuncian su presencia. De noche, las luces infrarrojas por la Carretera 681, nos dejan saber que ellas también son residentes de Islote. Sabemos que los tinglares coexisten con nosotros, pero rara vez las vemos, sobre todo porque la mayoría de sus procesos acontecen de noche o a las altas horas de la madrugada.

El proyecto Yo Amo el Tinglar, que gestiona la Sra. Myrna Concepción, lleva alrededor de 14 años creando conciencia sobre la importancia de preservar los nidos de estas especies marinas, cuya vida peligra.

(Suministrada)

Desde su casa, Myrna Concepción observa todo el litoral del Barrio Islote y detecta nidos de tinglares. Dedica gran parte de su vida a cuidar estos animales tan grandes que, para llegar a depositar sus crías en diferentes partes de las costas boricuas, se enfrentan a una odisea.

De marzo a julio es cuando comienza el anidaje y cuando voluntarios visitan la playa más frecuentemente, junto a líderes como Myrna, para seguir el paso de estos enormes animales, con la meta de salvar las tortugas bebés que salen de sus huevos y se adentran al mar abierto.

Sr. Ríos y su esposa, voluntarios de
Yo Amo el Tinglar (Islote, Arecibo).

Hace unos años tuve la oportunidad de poder atestiguar varias eclosiones y la experiencia fue una verdadera maravilla, sobre todo por ver la fragilidad, valentía y voluntad de estos animalitos tan pequeños e indefensos. Aparte de la eclosión, también presencié cómo el Sr. Ríos junto a su esposa, dos voluntarios más que cuidan nidos de tinglares, llevaron a cabo un extenso inventario de huevos, para proteger a las crías. Increíble cómo la naturaleza protege a las criaturas de futuros depredadores, creando huevos vacíos (sin embrión) junto a los huevos reales.

Las tortugas tinglares buscan las mismas playas que los surfers de Islote, ya que la fuerza y la energía del océano les permite salir más fácilmente del agua. Sus enormes aletas le permiten desplazarse también hasta llegar a la arena seca y cavar un enorme agujero, donde ponen sus huevos.

​El calor del sol ayuda a calentarlos y se dice que la temperatura de la arena «decide si las tortugas neonatas van a salir hembras o machos. Cuando la arena es menos caliente, los tinglares salen machos, pero si la arena es muy caliente, todas las crías salen hembras».

​Similar al proceso de parto de una mujer, la mamá tinglar tiene que contar con las condiciones óptimas para poder poner sus huevos tranquilamente y procurar que estos se salven. Por esta razón se dice que entra en un trance en el momento de poner hasta 100 huevos.

Dicen los científicos que durante este proceso, les salen lágrimas «para quitar la sal que se le ha acumulado en el cuerpo, para limpiarse la arena que le cae en los ojos mientras escarba el nido en la playa y para mantener los ojos húmedos».

En la víspera del Día de Madres, jamás pensé que presenciáramos a un tinglar y mucho menos en la entrada de nuestra comunidad. Fue mi primera vez y la de mi hijo de tres años, también. Mientras algunos empleados del Departamento de Recursos Naturales mantenían un perímetro para alejar las muchedumbres, el pobre animal parecía desesperado, en su esfuerzo por deshovar.

Era sábado por la tarde y la Carretera 681 estaba abarrotada de carros y gente. Algunos estacionaban donde podían, trepaban las guaguas una encima de la otra y se desplazaban por Playa Grande para ver de cerca a la enorme mamá tinglar. De lejos parecía una yola virada, pero una vez se observan sus lentos y frustrados movimientos, se detecta un enorme caparazón meciéndose en la arena.

Sentí una mezcla de emociones por aquel hermoso y enorme animal: felicidad por poder presenciar el momento, pero tristeza porque precisamente, la presencia de tantas personas, música, ruido y luces, complicaban e imposibilitaban su misión. Estaba claro que algo no iba bien. La observamos a la distancia y sentí tanta emoción y energía, que también se me aguaron los ojos.

Nos fuimos de allí con una sensación dulce y amarga. Esperemos que pueda sobrevivir, tanto ella como sus crías y que los esfuerzos por hacer de esta travesía una menos sufrida y complicada para el tinglar, aumenten, tanto por parte de los ciudadanos como del gobierno.

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