Comunicadora, docente y madre.
Escribo desde Puerto Rico.

Antes que nada

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Hace tres días llegué a Madrid y desde hacía 12 años no venía a España, aunque aquí viví y pasé muchos años y experiencias gratas. Mucho más tiempo habrá pasado desde que estuve por esta ciudad. A menudo en mi caso, es el periodismo y la academia lo que mueven y justifican viajes, experiencias, lecturas y escrituras- y esta ocasión, no fue la excepción.

Participé en el II Congreso Internacional de Periodismo UFV, organizado por la Universidad Francisco de Vitoria en la capital española, específicamente a las afueras, en una localidad llamada Pozuelo de Alarcón. Durante los pasados dos días se estuvieron celebrando en este encuentro, paneles, foros, presentaciones y ponencias con expertos en los medios, periodistas y profesores. Esta fue inicialmente la excusa para venir aquí, aunque sabemos que cuando se viaja, siempre hay muchos motivos para hacerlo.

(…)

Me dijeron que me voy a morir. Es tonto: no debería necesitar que me lo digan. Pero una cosa es saber que te vas a morir alguna vez- empeñarte en olvidar que te vas a morir alguna vez- y otra muy otra que te digan que hay un plazo y ni siquiera es largo. 

Así comienza Antes que nada, el más reciente libro de uno de mis autores favoritos: Martín Caparrós, que se publicó justo el día de ayer, 24 de octubre por la editorial Random House. Esta, aunque parezca una tontería, era mi segunda razón para venir acá. Desde que me enteré hace unas semanas, que Caparrós padece de ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica) y que además, a fin de mes publicaría su más reciente libro de memorias, sabía que tenía que conseguirlo sí o sí, ya que a Puerto Rico seguramente no llegaría. Aprovecharía este viaje para adquirirlo en Madrid.

Hace tres meses estuve en el Festival Gabo en Bogotá, un encuentro en el que Caparrós participa cada año. Sin embargo, el 2024 fue la primera ocasión que no asistió. Me dio pena no verlo, pues esto me hacía mucha ilusión. Se le había visto en silla de ruedas en semanas anteriores, pero no se sabía concretamente por qué había dejado de caminar, o si se trataba de alguna aflicción temporal.

La llegada de la muerte justifica muchas cosas, dice Caparrós. Y con este motivo en mente, escribió Antes que nada, una obra a medio paso entre su memoria y su autobiografía. Desde hace dos años y medio, cuando le diagnosticaron esa grave enfermedad que ha causado que pierda movilidad en sus piernas y brazos, Caparrós se mueve en silla de ruedas. Según el diagnóstico de los médicos, eventualmente perderá la capacidad para hablar y respirar. Le han dado una expectativa de vida de cinco años y ya ha pasado la mitad del tiempo desde que le diagnosticaron la enfermedad. Increíblemente triste y lamentable pensar que una mente tan superdotada como la de Caparrós esté por apagarse. 

Por esta razón, antes de que esto ocurra, su pareja, la también periodista Marta Nebot, ha publicado una hermosa columna sobre su experiencia siendo sus brazos y piernas. A pesar de que son pareja desde hace una década, decidieron juntarse en matrimonio ante el complicado cuadro de salud de Martín y las decisiones médicas que habrán que tomar en un futuro no muy lejano.

Como uno de los grandes escritores y cronistas de América Latina, Caparrós ha sabido, en sus más de cuarenta libros que ha publicado en más de treinta países, usar su talento natural para retratar la realidad en forma de crónicas y escenas que son capaces de transportarte inmediatamente al lugar. Para mí, ese es realmente el poder del buen periodismo, o al menos, el que de veras me seduce. La crónica como género periodístico es una gran manera de acercarse a la historia y a la crítica social de una manera muy cautivadora, humanista y poderosa. Las crónicas que confecciona Caparrós, son simplemente magia.

Mientras escuchaba charla tras charla en el II Congreso Internacional de Periodismo UFV, comencé a sentirme inquieta. A pesar de que me interesaba el tema, tenía ganas de pasearme por la ciudad, de caminar, de re explorar y re conocer. Y sobre todo, quería conseguir el libro. Me lo pensé varias veces si debía abandonar la sala, ya que el panel me parecía interesante. En este encuentro como en muchos otros de su naturaleza, a menudo se discute el impacto de la IA en el oficio, o las amenazas y desafíos que esto representa y cómo otros asuntos como la desinformación, o el fake news, afectan.

Ayer en la tarde precisamente me tocó presentar mi ponencia que llevaba como eje temático la crónica periodística latinoamericana y su posicionamiento en América Latina y Puerto Rico. Fui la única mujer y extranjera en presentar entre varios españoles, y eso me hizo sentir fuerte y poderosa. Los demás aprovecharon para compartir hallazgos de investigaciones recientes sobre semiótica y teoría.

Como fui la primera y salí relativamente rápido de eso, mientras hablaban los otros, solo pensaba en que los verdaderos maestros de este oficio son para mí, aquellos que han sabido combinar hechos con literatura en una prosa que difícilmente puede imitarse. En el pasado, uno de los gurús principales en la confección de este arte lo fue para mí, Kapuścinski, pero más recientemente, lo es Caparrós. Más que un periodista o cronista, Caparrós es un género, un estilo: único, inigualable y seductor.

Tan pronto terminó la charla y antes de la pausa del café durante el segundo día del Congreso, decidí abandonar la sala y partir hacia el centro de Madrid. Tomé un Uber a la Plaza Dos de Mayo y comencé a adentrarme en los callejones más pequeños del barrio Malasaña.

Recordaba la ciudad muy diferente desde la última vez que la visité hace más de doce años. Recuerdo que era verano, se veían botellones de jóvenes estudiantes por todas partes, hacía mucho calor y las pieles estaba al descubierto. Ahora ya estábamos en pleno otoño y el clima se sentía fresquito combinado con alguna llovizna ligera. Caminé varias cuadras hasta llegar a la Gran Vía. 

Vi sobre todo, turistas y apenas escuché a la gente hablar español. Las tiendas no me recordaban a España. Agobiantemente imponente el Primark británico con sus cinco plantas de ropa fabricada en maquiladoras; justo al lado un enorme H&M de igual tradición, seguido de boutiques internacionales, tiendas de diseñador, moda genérica y muy pocos negocios con carácter realmente ibérico. Un Mc Donald´s enorme en una esquina daba la bienvenida a muchos guíris. Pensé en aquel momento que aquello bien podría ser París, Nueva York, Barcelona, o cualquier otra ciudad en el mundo. Cada vez más nos volvemos más de lo mismo, perdemos la esencia en la vorágine de la globalización y el capitalismo acelerado. 

Busqué entre todas esas tiendas,  una librería- hasta que finalmente di con una de varias plantas y bastante confusa en términos de organización. Pedí a una empleada el último libro de Caparrós y me dirigió a la segunda planta donde quedaba un único ejemplar. Un único ejemplar, pensé. Qué suerte haberlo conseguido. Lo agarré rápidamente sin pensar que se trataba de una memoria de 655 páginas y ante la sorpresa, el libro grueso, casi se me deslizó de las manos. Lo agarré firmemente y comencé a ojearlo. La portada tiene fondo negro y es una ilustración de Caparrós, fácilmente distinguible por su bigote abultado y cigarro en la boca mientras teclea algo en una computadora. Me sentí aliviada de haberlo conseguido por fin y después de pasearme un rato más por aquella complicada y confusa librería, continué mi paso por la vorágine de la Gran Vía. 

Ahora la lluvia había apretado y la gente sacaba sus paraguas de los bultos y carteras en un intento por guarecerse. Una vez había logrado mi cometido, me sentí perdida en aquella locura de gente, bolsas, lluvia y prisa, y cambié nuevamente de calle. Las ciudades grandes me aturden y desde que soy madre, viajar sola es muy diferente a lo que era. Realmente, a menos que tenga un cometido o misión específica que lograr, ya no me apasiona tanto vagar por el mundo sin rumbo como hacía antes. 

Caminé un poco más hasta que decidí que ya no me interesaba seguir dando vueltas bajo la lluvia. Antes que nada quería leer, así que tomé otro Uber y me encaminé de regreso a Pozuelo. Nada me ilusionaba más que perderme leyendo estas páginas.

Leer a Caparrós mientras siga vivo…

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