Quedamos en encontrarnos a las 8:00. A esa hora ya el amanecer y los matices azulados del cielo de otoño caribeño daban la bienvenida a los cangrejos y las aves marinas. El oleaje salvaje de la bravata que ocurre todos los años en el barrio Islote de Arecibo, en el mes de noviembre, se hacía sentir. Con cada golpe de agua, las imponentes olas rompían contra las piedras creando un espectáculo natural impresionante e imposible de ignorar. Olía a salitre y la humedad del mar, la percibí directamente en la piel a través de una fina brisa salada.

De repente el silencio del escenario se irrumpió. La presencia de más de treinta estudiantes de octavo grado de la Escuela Angélica Gómez, el único plantel académico operante en el barrio Islote, ocupó parcialmente el espacio. Llegaron en guagua y un poco más tarde que nosotros, junto a sus maestras y el Dr. Pablo Llerandi, geólogo y educador, quien ofreció algunas charlas sobre la recuperación de las dunas, la erosión costera y cómo el cambio climático ha afectado al barrio.

Nos enteramos justo en ese momento que los niños no podrían subir a la Cueva, ni tampoco escalar sobre las rocas, ni acercarse mucho al mar. El Departamento de Educación en Puerto Rico les prohibe estar cerca de cuerpos de agua durante el periodo lectivo. Qué incoherencia siendo de una isla, pensé.
Al menos tuvieron el hermoso privilegio de presenciar esta excursión, junto a sus maestras y las profesoras de la UPR, Hildamar Vilá y Natasha Sagardía- las dos líderes de esta iniciativa, encargada de retratar la resiliencia cultural y el efecto del cambio climatológico en el Barrio. El proyecto, que fue endosado por la National Endowment for the Humanities, trajo un incentivo de $150 mil para la Universidad de Puerto Rico en Arecibo (UPRA).
Aprovechamos nosotros para separarnos momentáneamente del grupo y comenzar a escalar las piedras en la parte posterior de la cueva. Para la mayoría, era la primera vez que visitaban este espacio. Subimos y subimos por las afiladas rocas que parecían cráteres. Los siete arcos nos iban saludando a medida que ascendíamos más. Desde antes de azotarnos el huracán María, no recordaba tanta vegetación en esta zona. Eso me reconfortó. Eventualmente, la naturaleza siempre retoma y se re adueña de lo suyo.


Escalamos la parte trasera de la Cueva del Indio hasta que vimos a la entrada tradicional en la distancia. El trayecto que recorrimos por la entrada libre es mucho más bonita que la privatizada, desde luego.
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Lauce Colón Pérez, líder comunitario del barrio Islote se ha dado a la tarea de denunciar la apropiación, privatización y monetización de la zona de dominio público y de la entrada principal a la Reserva Natural de la Cueva del Indio por José González Freyre, dueño de Pan American Grain, Gasolina Beach Club y de los terrenos de la Estatua Colón. La lucha entre los activistas ambientales del Barrio y los propietarios de grandes intereses comerciales han sido la orden del día para Islote durante décadas. El gobierno municipal rara la vez se pronuncia o defiende los intereses ambientales, culturales y económicos de los sectores más pobres de Arecibo, como lo son el barrio Islote.
Desde el 2016, las únicas dos entradas públicas de uso y costumbre de la comunidad a la Cueva del Indio durante décadas han sido constantemente tapadas con basura y escombros, incluyendo la entrada al este de la finca San Vicente y la entrada costera al oeste de la Cueva del Indio. Esto ha obligado a los visitantes de la reserva natural a pagar $10-15 por persona a González Freyte para acceder al patrimonio natural. Sin embargo, según la documentación de las taquillas que reciben los visitantes de la Cueva del Indio al pagar la entrada, se les está cobrando $1.00 de impuestos estatal y $0.15 de impuesto municipal del precio de entrada. Aparte se debe cubrir un costo de $10.00-$15.00 por carro, por estacionamiento.
En el verano de 2024, el movimiento Defendiendo la Cueva del Indio-681, cumplió dos años de reiniciar esfuerzos organizativos por el rescate de la Reserva Natural, Marina y Arqueológica Cueva del Indio. Afortunadamente, gracias a estos esfuerzos, la zona ha sido rotulada y se ha habilitado una pequeña entrada con algunos estacionamientos, donde visitantes pueden disfrutar de la reserva y sus zonas aledañas sin tener que pagar por hacerlo.
Nuestra excursión duró poco más de dos horas en total y las condiciones de clima permitieron una jornada bien aprovechada. Vimos entradas diversas a la cueva, los siete arcos, petroglifos impresionantes, oleaje de bravata, cangrejos sobre las piedras, surfers en la distancia sobre sus tablas y belleza natural inigualable.

No pagamos ni contribuimos a los grandes intereses dudosos que lo que pretenden es llenarse los bolsillos a cuesta de los espacios naturales de Puerto Rico, que nos pertenecen a todos.

Cuando regresamos el Dr. Llerandi explicaba a los estudiantes que las playas son nuestras, que se deben proteger y que esto es un derecho y una obligación de todos los puertorriqueños. Obstaculizar su acceso, constituye una violación constitucional. Algunos estudiantes asentían con la cabeza, otros buscaban cangrejos en las piedras y simultáneamente, la ola rompía en la distancia.
Decidimos aventurarnos a un espacio más antes de partir: esta vez no uno natural, sino uno construido por el hombre, y como muchas estructuras del barrio Islote, en abandono. Se trata de la Hacienda San Vicente, los desechos de una imponente estructura en madera abandonada por el tiempo, los intereses personales y la erosión costera. Una hacienda cuya pared colinda con la Cueva del Indio. Encima, tiene una piscina natural, de agua verde, ahora podrida, también en desuso, que colinda con la reserva.
A simple vista el portón abierto nos invitaba a pasar. Lenta y temerosamente entramos al espacio prohibido donde una enorme bolsa de basura abandonada también, nos recibió. En la parte trasera, los remanentes de un edificio, con techo en madera y una construcción paralizada. Una imponente y lujosa piscina de agua natural en el dorso. Recordé en ese momento que Lauce Colón, había, hace unos años, entrado también a ese espacio a protestar por la paralización de esa construcción y la defensa de la reserva. Tomamos una foto del espacio y salimos a las millas, por miedo a represalias.
En la costa norte de Puerto Rico, la Cueva del Indio es la estructura con mayor cantidad de petroglifos taínos en todo el Caribe. Se encuentra parcialmente dentro del mar y fue declarada Sitio Arqueológico en 1988, Reserva Natural en 1992 y Reserva Marina en 2015. Esta piscina colinda con parte de este patrimonio.
La entrada principal de la Cueva del Indio es uno de muchos patrimonios naturales que han sido privatizados y/o abandonados por el gobierno.
Al optar por la entrada no privatizada, aunque posiblemente menos segura, ejercimos nuestro derecho a la libertad. Entrar por la parte costera de la Cueva del Indio es protesta en sí. Y aparte de eso, la entrada libre que han concedido los ambientalistas que protegen esta zona, constituye la parte más hermosa de esta reserva, que es nuestra, que nos toca proteger y defender a todos por igual. La Cueva del Indio no debe ser otra cosa que libre.




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