Comunicadora, docente y madre.
Escribo desde Puerto Rico.

«Criar es el arte de entenderse a sí mismo»

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No sé quién lo habrá dicho, pero lo leí hace poco en un meme por redes sociales. Hoy, mientras enviaba un mensaje de voz kilométrico por WhatsApp a una querida amiga en México- pensé que no hay nada más certero que eso. La crianza es un proceso único e incomparable, a través del cual servimos de guía en la supervivencia, bienestar y aprendizaje de los hijos. Simultáneamente atravesamos por reflexión propia y auto análisis constante en un intento por convertirnos en una mejor versión de uno mismo.

Cuando decimos que los hijos son nuestros mejores maestros, ponemos en evidencia cuánto la crianza te obliga a regresar a tu esencia, a las cosas que tal vez no te gustan tanto de ti, lo que desconoces, o lo que necesitas cambiar, en un intento por modificar y transformar el Yo. A sanar el niño interno. Un proceso que solo se entiende cuando se encarna.

Nunca di por sentado que sería madre. La maternidad llegó por planificación, pero sobre todo por suerte, considerando las circunstancias generales de la vida en estos tiempos. Sin embargo, lo que sí daba por sentado en el caso de que lo fuera algún día, es que seguramente criaría a mi hijo de una manera similar a cómo me criaron mis padres a mí. Y algunas cosas sí las he extrapolado. Muchas otras no.

Lo que sí comparten ambas crianzas es que los padres involucrados hicieron lo mejor que pudieron con los recursos y el conocimiento que poseían. 

Nuestros retoños son nuestros mejores gurús y guías, porque aparte de ser una proyección propia, nos permiten recrear un presente común diferente, que no necesariamente tiene que ver con lo que conocemos o vivimos en el pasado, gracias a nuestros propios padres.

En mi caso, haberme criado en el campo y educado en el sistema público escolar jamás fueron una opción. Las condiciones se dieron de tal manera que la ciudad de San Juan era mi hogar durante el año; la casa de mi abuela paterna en Inglaterra era mi hogar en los veranos; me eduqué en colegios privados y nunca tuve hermanos ni mucha familia cerca, mucho menos comunidad. Mis padres trabajaban siempre y a menudo me llevaban con ellos a cumplir con asuntos laborales. Esas eran las circunstancias y esa realidad de mi crianza resultó ser lo mejor en ese momento y parte del bagaje cultural que me ha confeccionado como ser humano hasta hoy. 

42 años después me percato que las condiciones en las que crío a Noah en el 2025, no son ni mínimamente similares a las que tuve yo, y aunque a veces siento nostalgia, intento soltarla al darme cuenta que opciones que jamás hubiera considerado en el pasado, se han convertido en las mejores alternativas para el presente.

Criar nos ayuda a entendernos, desde luego. A descubrirnos y auto maternarnos. A comprender que durante el transcurso de la vida, somos muchas versiones de uno mismo. Criamos a nuestros hijos en un esfuerzo por mostrarles cómo ser humanos felices y funcionales, pero en ese proceso, son ellos quienes nos mueven en dirección hacia la transformación constante, positiva y necesaria del Yo.

Criar permite abrir los ojos de tal manera que logras vencer prejuicios más fácilmente, así como aceptar y encarnar otras realidades, que tal vez nunca tuvimos como opciones. Nos permite abrazar la otredad como la propia. 

Una verdadera maravilla.

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