Desde una pequeña radio colocada en el punto más elevado de la basílica del Sagrado Corazón en el barrio Montmartre de París, suena el gran clásico de Charles Aznavour, La Bohéme. El sol brilla, aunque hace fresco de septiembre y sopla el viento. Los turistas se toman fotos con sus palitos de selfie; otros esperan pacientemente en la fila para entrar a la iglesia. Un africano con guitarra en mano canta una canción de Los Beatles e intenta hacerle la competencia a Aznavour, sin éxito.
La Bohéme es un clásico francés que muchos habrán escuchado, sobre todo en las bandas sonoras de algunas películas. Sin embargo, en esta ocasión se hace difícil diferenciar la vida real de una película. La estampa, el momento, la belleza pura. Es una canción que conmueve, que se siente más que se escucha y hace una oda al pasado, a la vida libre, sin reglas fijas y ajenas a las convenciones sociales. La bohemia es ritual y el modo de ser en esta parte del mundo.
La canción de Aznavour gira en torno a una inconsciencia y libertad total, un momento en el que podemos inventarnos artísticamente, pero también construirnos en relación con los demás. Los bohemios comen cada dos días porque les falta el dinero, dice Aznavour, aunque poco importa porque conocen los placeres mayores de la vida. ¿Qué es bohemia, sino la libertad misma de vivir rodeado de música, arte y deleite?
Así es París, la ciudad bohemia. Quien sea que la haya recorrido, sabe que entre el río Sena, las callejuelas escondidas de Montmartre, la catedral gótica de Notre Dame y la Torre Eiffel, se respira la verdadera admiración por la vida. Cafés y brasseries con terrazas al aire libre, sillitas estilo rattan, mesas pequeñas y redondas que sostienen ceniceros, tejados elegantes, lavanda y florecitas coloridas que decoran tiestos en cada esquina. Camareros que sirven vino y champaña y una que otra ostra, atienden las mesas sin prisa. Aquí no se esconde el genuino gusto por comer, beber y vivir bien. Los japoneses también se han enterado de la bohemia francesa y como perseguidores del buen vivir y poseedores de un bolsillo que, por lo general, permite estos gustos, la capital parisina los cautiva. Tal vez representen el grupo principal de turistas en esta ciudad actualmente, quién sabe.
La capital de Francia, es una importante ciudad europea y una meca mundial del arte, la moda, la gastronomía y la cultura. Su paisaje urbano del siglo XIX está entrecruzado por amplios bulevares, buen gusto y belleza por doquier. Aparte de estos hitos, París atrae la vida bohemia y a todas esas personas que prefieren vivir un estilo de vida no convencional y perseguir puro placer y gozo.
Mientras que en Puerto Rico, el arte, la literatura y la música se consideran pasatiempos y no maneras dignas de ganarse la vida, aquí en París se celebra la bohemia a todos los niveles. La meta no es hacer dinero, sino vivir inmerso en el placer mismo de la vida.
Hoy, 10 de septiembre se hizo un llamado en París para «bloquear» el país en una especie de paro nacional. A este esfuerzo se añadieron otras ciudades como Rennes, Marseille, Toulousse y Caen. La movilización se produjo, en parte, gracias a las redes sociales, que han actuado como motor para hacer que los ciudadanos se congreguen y salgan a la calle para exigir al gobierno de Macrón, mejoras en los sistemas de salud, vivienda, educación y transporte, entre otros.
Los bohemios no solo creen en placer, sino también en reclamar vehemente sus derechos. Tanto así que han exigido la renuncia del Ministro del Interior, Bruno Retailleau, otro funcionario más nombrado por Macrón.
Históricamente, Francia ha sido fuente de inspiración para muchas luchas, por haber terminado con la monarquía, la desigualdad, la corrupción y las injusticias. No es casualidad que se le conozca como la Tierra de la Libertad.
Según El País,
En París, la mayor parte de las protestas (de hoy) transcurrieron en relativa calma, aunque con momentos de tensión que fueron aplacados por las fuerzas del orden. Se concentraron en dos puntos: la Plaza de la República y la de Châtelet, al lado del ayuntamiento. En este lugar, más de un millar de manifestantes protestaba a mediodía con pancartas en las que se mezclaban las reivindicaciones: la guerra en Gaza, la situación de la educación o la sanidad o la pérdida del poder adquisitivo de los franceses. Las consignas, sin embargo, eran sobre todo contra el presidente, Emmanuel Macron.
Y es que en Francia ni la bohemia, ni la libertad se cuestionan. El derecho a vivir libremente y sin opresión o restricciones indebidas por parte de las autoridades es un valor fundamental en una sociedad democrática. Se trata de que cada persona sea considerada igual ante la ley. Bohemios o no, ante la sociedad y ley francesa, todos tienen derecho a la libertad y el placer de la vida.
Sería bueno que aprendiéramos algo los puertorriqueños sobre esto. Que no tengamos miedo a exigir lo que nos corresponde, que no pensemos dos veces si debemos sacar a un mandatorio por inepto o corrupto; que no criminalicemos la protesta y la lucha por obtener derechos humanos, y que procuremos hoy más que nunca y de una vez por todas, ser un país libre. Aprendamos, aunque sea solo un poco, a ser más como los franceses, más autónomos, más libres y también más bohemios.


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