Son las 6:00 de la mañana de una oscura madrugada de invierno caribeño. La luna llena alumbra las olas del Atlántico tenuemente y las bombillas de Navidad de algunas casas siguen brillando a pesar de no haber nadie despierto a estas horas. Junto a los focos rojos que protegen las tortugas en anidaje, las luces de mi carro se reflejan deslizándose por la carretera 681.
Pienso en las tortugas y en todos los animales que llaman este espacio hogar, y en la lucha diaria y acto de resistencia por la supervivencia, tanto de nosotros, como de ellos.
Precisamente en el barrio Islote de Arecibo, específicamente en Playa Grande, se produce la mayor cantidad de anidajes de tinglar en Puerto Rico. Según Yo Amo el Tinglar, principal grupo que protege estas especies marinas, dicho hábitat suele mantenerse dentro de las primeras tres playas con mayor frecuencia de anidajes, superando los 200 nidos por temporada. Como parte de sus esfuerzos de protección, la organización ha solicitado que esta playa sea designada como hábitat esencial o “área crítica de anidajes”, un proceso que ya logró completar su primera fase de aprobación.
Sin embargo, el gobierno apoya poco en este esfuerzo, por no decir, nada. Lo que se hace, se hace desde la comunidad, desde adentro y por esfuerzo e iniciativa propia. Aparte de los hongos y otros factores naturales- la luz artificial, los humanos, el ruido, la contaminación y tantos otros factores externos amenazan la conservación de esta especie que lucha a diario por sobrevivir.
La carretera como boca de lobo dificulta la vista de quienes transitamos a estas horas de la mañana. Hay poco alumbrado pero sigo pensando que, al menos en el Barrio donde habito, el poco alumbrado tiene una razón de ser: proteger a las tortugas.
Con la mitad del cuerpo- lado derecho- entumecido, me dirijo a hacerme unos análisis de sangre al laboratorio de mi barrio. Pienso que, dentro de todo, soy afortunada por contar con un laboratorio cerca de mi hogar, donde van pocas personas y estoy segura de que me atenderán. De lo contrario, tendría que sumarme al resto de mortales enfermos, desesperados y desamparados que hacen filas a diario en hospitales, CDTs, consultorios médicos y otros espacios donde se hacen estudios pero no hay personal suficiente, maltratan a los pacientes y los planes médicos deciden quién costeará los servicios mediocres y quién no. Insisto que al igual que las tortugas, nosotros en la colonia luchamos a diario por sobrevivir.
Llevo tres días que apenas siento el lado derecho de mi cuerpo. Desde la barriga hasta el tobillo. Dicen que cuando uno deja de sentir, porque ya las emociones se tornan tan pesadas, es una forma de anestesiarnos. La memoria protege al olvidar y el cuerpo protege al entumecerse. En esas estoy, que por haber sentido demasiado, ya no siento más. Y encontrar a un buen especialista, una cita disponible, hacerse un estudio médico y recibir un tratamiento adecuado, es casi como ganarse la loto en la colonia: una posibilidad dentro de un millón.
Es una sensación muy rara esto de no sentir. Me encuentro en busca de una brújula para saber cómo dirigirme ante la vida sin sensación, entumecida, intentando despertar el cuerpo y la mente, procurando continuar hacia adelante. Sin embargo, a veces cuando no se siente, irónicamente, se avanza más.
La periodista estadounidense Naomi Klein analiza este fenómeno en su libro The Shock Doctrine, específicamente cómo el auge del capitalismo de desastre se ha visto reflejado y el caso de Puerto Rico. Vivir en un estado perenne de shock y supervivencia, resulta en entumecimiento absoluto.
Podrá sonar como exageración, pero en la colonia el diario se convierte en un acto de resistencia y supervivencia. Si uno tiene el más mínimo sentido de la realidad, toca respirar hondo e intentar mantenerse sano y a salvo. Esta mañana cuando regresé del laboratorio, escuché un videoclip de Bianca Graulau sobre el reciente libro del periodista Eliván Martínez que narra los muertos del huracán María y esto se me hizo más evidente que nunca.
Martínez, quien trabaja para el Centro de Periodismo Investigativo (CPI) cuenta de cerca las historias lamentables de estas personas. Escucharlas es desgarrador. La vivencia de Olga, por ejemplo: una paciente de diálisis quien murió en manos de su hermano cuando en el centro donde recibía atención médica semanal en Humacao, se fue la luz. Ella es una de casi 5 mil personas que perdieron la vida por este desastre natural y humanitario.
En Puerto Rico los servicios y derechos básicos tambalean desde mucho antes que María. Si no es el precario y deficiente sistema de electricidad, es el efecto desastroso del supertubo para el servicio de agua, la falta de alimentos locales y la importación de casi el 90% de lo que comemos, la corrupción malévola del gobierno, la pobreza, la desigualdad, la falta de vivienda y empleo accesible y digno, y un largo etcétera. Nada se da por sentado aquí: ni el trabajo, ni los estudios, ni siquiera el ocio. La Universidad de Puerto Rico cuelga de un hilo desde hace décadas, el sistema médico está más colapsado que nunca y la educación, ni se diga.
Según mostraron numerosos expertos al Comité de Descolonización, los puertorriqueños son más propensos a desarrollar desórdenes depresivos y ansiedades que otros pueblos que no se encuentran “bajo ocupación colonial”. También han denunciado que las políticas llevadas a cabo por Estados Unidos han conducido a una pobreza generalizada en la isla que afecta emocionalmente a la población.
No creo que al momento exista una sola agencia de gobierno que funcione con normalidad en Puerto Rico. Hacer una diligencia toma un día entero, que hay que solicitar al jefe y muchos, no lo cobran. Nos roban, nos engañan, nos convierten en experimento, nos exprimen, incluso nos matan. Y muchos de nosotros, los que sobrevivimos a todo esto, nos entumecemos. Simbólica y literalmente. Porque no hay otra manera de lidiar con tanto dolor, injusticia e impotencia.
“En el caso del colonialismo, está completamente probado en estudios científicos que la ocupación colonial socava la capacidad colectiva del pueblo ocupado para sobrellevar las más básicas dificultades emocionales, creando una situación traumática aguda y permanente. En el caso de Puerto Rico, nuestra población, ya sea los que viven en la isla o los que emigran, está más propensa a desarrollar desórdenes depresivos y ansiedades que cualquier otra población que no esté bajo una ocupación colonial”, comentó el doctor Oscar Ocasio Colón, que lleva 20 años trabajando como psicólogo en la ciudad de Nueva York, estudiando especialmente el impacto de la pobreza en la población. Ocasio Colón explicó que el colonialismo es un crimen contra la humanidad y “todo crimen trae secuelas emocionales”, citando varios estudios científicos.
Las peticiones y observaciones del doctor Ocasio Colón también fueron expuestas por otros reconocidos psicólogos, como el también doctor Jaime Inclán McConnie, quien dijo que “la erradicación del colonialismo en Puerto Rico es urgente para la salud”.
No existe aspiración mayor que esta para todos nosotros y para nuestro pueblo. Merecemos despertar ya de este entumecimiento.


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