A simple vista la magia de la Isla de Roque queda oculta de la Carretera PR-681. Entre la maleza de los uveros de playa y mangles, de un edificio arropado en grafiti y abandono, de lo que queda del muelle de los pescadores, de los pelícanos y aves marinas, y también del mar. Un viejo puente en hormigón, desvanecido y hecho leña, conecta a la Isla de Roque por medio de unos trozos de madera improvisados en forma de una peligrosa plataforma.

En el verano de 1974 se alzó por primera vez el símbolo boricua mayor, muy cerca de aquí. Un grupo de amigos eligió una bandera boricua con tono de azul celeste, la amarraron a una plataforma y de alguna manera, cimentaron ese poste en la piedra que queda justo en frente de este espacio, en el medio del mar.

¿Quién pensaría que un pequeño montículo de area, conectado a un islote por un desvanecido puente, podría ser un lugar tan importante de Puerto Rico y concretamente, del Municipio de Barceloneta? Cruzamos el puente, nos adentramos a un mundo desconocido y entendimos luego, por qué. Isla de Roque es sinónimo de resistencia.
Este espacio natural ha tenido diferentes propósitos y finalidades a través del tiempo, entre ellos: culturales, médicos y turísticos. En una época fue centro de vacunación, en otra se usó para levantar un impresionante hotel de lujo y también sirvió de laboratorio científico para el reconocido, Sr. Roque Schmidt Soto. También se considera un importante lugar donde se han encontrado yacimientos arqueológicos pre colombinos significativos. Sin embargo, a través de los años, Isla de Roque ha mostrado ser sobre todo, símbolo de resistencia y resiliencia.
De los recuentos históricos de este espacio queda poca evidencia y encontrar documentación e información sobre la Isla de Roque de antaño es tarea complicada. Pareciera ser que tanto la erosión costera como la falta de interés ciudadano y político son los causantes principales de la amnesia histórica que padecemos como pueblo. Lo que queda de Isla de Roque representa el recuerdo de los patrimonios culturales que aún perduran, pero pocos conocen.

Wilberto Olmo Cruz es uno de los líderes del grupo Amigos de la bandera, quienes «rinden pleitesía» a la bandera puertorriqueña en un acto de levantamiento y resistencia cultural que se celebra desde hace 50 años muy cerca de la Isla de Roque.

El hombre alto de ojos azules y bigote pronunciado explica que la tradición del levantamiento de la bandera representa una iniciativa comunitaria y se realiza, por lo general, en honor a los trabajadores el día 1ro de mayo. Desde hace 50 años se ha celebrado este ritual de manera ininterrumpida, salvo en el año 2021 que tuvieron que suspenderlo por la pandemia del Covid y la presencia policial en la zona.
Junto con algunos amigos, socios y familiares más, que «todavía no se han ido», Wilberto ha formado el grupo en el que demuestra su compromiso real con la cultura e historia puertorriqueña.
«Es un llamado a honrar la bandera. Ella nos representa a nivel del planeta. Por favor, busquen y conozcan su historia. ¡Y hónrenla porque ella les honra a ustedes!», expresa. «El desinterés y la tecnología nos han robado esto».
El fuerte viento sopla y los pinos costeros se mecen ágilmente a las espaldas de Wilberto y su amigo, Félix Cortés Rivera, otro miembro del grupo. Nos congregamos en el interior de la Isla de Roque, en un espacio donde en la década de 1970, se hallaba el Hotel Aqua, más tarde llamado Salas. No encuentro información sobre el hotel, pero cierro los ojos e intento visualizarlo trepado en la cima de Isla de Roque, con el muelle de fondo y la bandera ondeado al otro extremo.

Residuos de lo que fue la posada, por todas partes: escombros de hormigón, gazebos circulares sin techo, varillas al descubierto, pisos en lozas criollas ahora cubiertos con basura y vidrio roto. También, una imponente piscina enorme y de lujo, ahora con agua verde podrida y botellas de plástico flotantes, son la única memoria que queda de este tiempo.



En yuxtaposición al abandono, una evidente muestra de resistencia cultural: nuestra bandera cimentada en la piedra marina, ondeando y sobrellevando las atribulaciones de los elementos del tiempo, de la mala política y del hombre. Mientras observo el panorama, pienso en un ensayo de la escritora Ana Teresa Toro, que se titula Banderas y dice:
Porque sucede que en Puerto Rico, los debates en torno a los elementos específicos del símbolo patrio de la bandera, resurgen de tiempo en tiempo. No están resueltos, como no está resuelta la condición política del país. Somos una nación en el símbolo, pero sin estado, sin un lugar concreto en el mundo. Un limbo que tiene todos los tonos de azul, como nuestro océano y nuestro mar.
El empoderamiento cultural se siente en Islote y la Isla de Roque, aunque pertenece a otro municipio, también es parte intrínseca de la PR-681, que conecta Barceloneta con Arecibo. Y como dice la Dra. Hilda Vilá, quien lidera el proyecto de resiliencia cultural de Islote de la Universidad de Puerto Rico en Arecibo (UPRA) que nos trajo aquí: Conocer nuestra cultura es una importante manera de aumentar nuestro sentido de pertenencia.
¿Por qué será que los y las boricuas andamos siempre con banderas como señal de identidad donde quiera que vamos? Nos plantamos y la plantamos, y a menudo, nos levantamos como pueblo y también la levantamos de manera simbólica. Las banderas boricuas forman parte intrínseca de paradas y muestras de puertorriqueñidad aquí y en la diáspora, de ropa exterior e interior unisex, de decoraciones para el hogar o el carro, de parafernalia, y donde quiera que vamos, la llevamos con nosotros. Desde los tiempo de la Mordaza, llevar la bandera puertorriqueña es también acto de patriotismo, heroísmo y sobre todo, de resistencia.
Como añade Ana Teresa Toro:
Después de casi un siglo siendo un símbolo prohibido e ilegal, al punto de que su presencia en público fue motivo por el cual numerosos puertorriqueños fueron encarcelados, hoy día la bandera de tan presente parece ausente. Se pierde en el paisaje abanderado, en la siempre expansiva diáspora. Hay tantas que ya no hay. También porque todo símbolo entra en desuso y los puertorriqueños la hemos usado con fervor en las últimas décadas.
Y aunque algunas se mantienen invisibles, la bandera que se levanta cada año en la Isla de Roque es muestra propia de resistencia colonial y de orgullo de este barrio, de su gente, de su patrimonio. Es una manera de hacer que esta comunidad se proyecte ante sí misma y ante el mundo, una manera de existir y de hacerse sentir.



Replica a Myrna Maisonet Diaz Cancelar la respuesta