
Ayer fue un día muy duro de sobrellevar para cada uno de los y las puertorriqueñas. Las lágrimas no faltaron, tampoco los tacos en la garganta y los síntomas de estrés post traumático, que en cierta medida padecemos todos. Los medios nacionales y las redes sociales se abarrotaron de catarsis, fotos y memorias tangibles de hace 365 días. Imposible es no rememorar todas las evocaciones del 20 de septiembre de 2017. El gemido ensordecedor y desesperante del viento que se colaba por las ventanas, las violentas ráfagas que parecían aumentar con cada respiro, el agua y el fango queriéndose introducir por todos los espacios abiertos, el crujir de los troncos de árboles partiéndose en trozos y siendo desgarrados desde la raíz por una potencia enfurecida… El 20 de septiembre quedó tatuado en la memoria individual y colectiva de cada boricua dentro y fuera de la isla. Su huella es imborrable y imperecedera.
Hace un año fuimos testigos de la dura espera y el anticipo de María. Ada Monzón, cuyo apellido hace muy buen legado a su vocación de meteoróloga, anunciaba que habría un Puerto Rico antes y otro después del huracán. Sus palabras producían eco en la opinión pública, aunque realmente no las entendimos ni asimilamos hasta después. La ansiedad producida por el anticipo de un desastre natural nunca antes visto, como lo fue este, produce una sensación difícil de explicar. Por una parte, una enorme preocupación que raya en la histeria se apodera de uno. Luego en el momento en que crece dicha sensación, de repente se duda, se niega y aumenta también la esperanza de que el fenómeno cambie su ruta y su trayectoria a último momento. No se sabe qué hacer, ni qué esperar y todos nos mantuvimos en ese limbo hasta que por fin el ciclón nos tocó a la puerta en horas de la madrugada.
El anticipo ansioso de María, sin embargo, jamás se asimila a las memorias de aquel 21 de septiembre cuando todos nos levantamos a conocer una nueva isla: devastada, incomunicada, deforestada, olvidada y carente de liderazgo, ayudas y auxilio. Hace 12 meses teníamos miedo, temíamos sin saber qué esperar. Hoy, tras un año de este día, perdimos el temor. Ya lo peor pasó, como pueblo lo sobrellevamos valientemente y demostrando resiliencia. La vida post María en Puerto Rico, sin embargo, se ha tornado mucho más complicada de lo que era previa al desastre. La relación y el yugo colonial con Estados Unidos se han agudizado, así como la pobreza y la corrupción.
Puerto Rico ahora se considera el tercer país más desigual en América y María solo destapó esa realidad que para muchos era desconocida. Ahora, un año más tarde, el huracán se tornó una parte integral de cada uno de nosotros y mencionar su nombre a diario, también.
Para conmemorar este día, ayer asistí a la presentación del documental “Después de María: las 2 orillas” de la cineasta mexicana y profesora de la Universidad de Sagrado Corazón, Sonia Fritz. El largometraje presenta una de muchas historias de María, enfocada sobre todo en la experiencia de la diáspora boricua en la Florida y los esfuerzos comunitarios que se produjeron en la isla después del paso del ciclón. En palabras de la periodista Ana Teresa Toro, quien fue una de las invitadas especiales del conversatorio que se celebró luego de la presentación del filme: “el documental nos invita a concentrarnos en volver a soñar”. Fritz añade: “Recuperé la fe en este país gracias a este proyecto”.

La idea inicialmente surge por el interés de Fritz en recoger historias sobre “proyectos que estuvieran llevándose a cabo en distintos puntos de la isla y que contaran cómo la gente estaba resolviendo y tomando su futuro en sus manos, tanto personalmente como colectivamente. También me inquietaba la migración a Estados Unidos y la separación de las familias, por ello incluí desde el principio la mirada a la otra orilla y ver lo que estaba pasando en Orlando”.
Y es que a pesar de que “las comunidades están buscando soluciones desde adentro, el gobierno no se mueve en la misma dirección”, dice Toro. María es muestra fehaciente de que las soluciones no siempre se encuentran en el exterior, desde el gobierno municipal, estatal, o incluso desde Washington, sino desde aquí. El motor de cambio social tiene que producirse en forma de gobierno comunitario, no de un gobierno que alaba al opresor, niega nuestros muertos, actúa negligente y corruptamente y descuida y maltrata a sus ciudadanos.
Otro de los panelistas, quien aparece en el filme como una de las fuentes principales es el Dr. Juan Lara, economista, quien sostiene que: “el problema real es que no tenemos proyecto de país- pero aquí sí lo vemos- aunque tal vez no desde la Fortaleza”. Lara se refiere precisamente a los esfuerzos comunitarios de comedor social, entrega de alimentos y suministros, mercados agrícolas y rescate y conservación de vida marina que se presentan en el filme. Dichos esfuerzos fueron liderados en su mayoría por voluntarios, quienes tomaron el control de la situación de emergencia en sus propias manos y se negaron a esperar que el gobierno extendieran su ayuda y se encargara de crear estabilidad en medio del caos que produjo María (cosa que seguimos esperando).
En “Dos orillas”, la protagonista no es María ni sus ráfagas, sino precisamente todos los héroes anónimos, tanto en la isla como en la diáspora, que se han encargado de organizarse mediante esfuerzos solidarios para extender ayudas a los más afectados tras el huracán. Asimismo, el filme narra las historias de boricuas que tuvieron que emigrar forzosamente y desde la diáspora se han convertido en embajadores de nuestra cultura. Según el sociólogo y profesor de la Florida International University, el Dr. Jorge Duany, la población de Puerto Rico se redujo de 3.8 millones de habitantes a 3.2, y el descenso continúa. “135 mil se fueron y no han regresado”, añadió.
Dediquemos este momento y esta conmemoración, pues, a todos los héroes anónimos, líderes de comunidad y personas que se dedicaron durante y después de la tragedia a pensar en sus vecinos, romper cadenas y cerraduras para entrar a escuelas a improvisar comedores sociales desde las cocinas de estos planteles, repartir comida a ancianos y enfermos, distribuir recursos a las comunidades más remotas e inaccesibles, y todo por responsabilizarse de reconstruir el país sin esperar nada a cambio. Son estas personas las que realmente han dado el frente desinteresadamente ante el segundo huracán que ha enfrentado Puerto Rico: el abandono y la negligencia casi absoluta de parte de las agencias de gobierno. Esto aumentado a las condiciones precarias que enfrentaba el país, incluso desde hace una década antes de que azotara María, es el reto y desafío que nos toca asumir a cada uno de nosotros. Empecemos desde hoy, manos a la obra, a reconstruir nuestra patria desde nuestros propios espacios.
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