La isla-país de Sri Lanka, localizada en el sur asiático, ha sido desde la antigüedad, un importante centro de la religión y cultura budista. Conocida por algunos como la lágrima de India, Sri Lanka ofrece a los viajeros mil y una opción, desde ciudades atestadas de coloridos mercados, impresionantes templos que muestran la devoción absoluta de los cingaleses, millas de litorales impecables y cocos que cuelgan de palmeras, safaris en los que es posible ver elefantes, pavos reales y otros animales salvajes y, mucho más. A pesar de que no es un destino muy común entre boricuas, sobre todo por su lejanía, Sri Lanka se da a querer y merece la pena incorporarse al itinerario turístico cuando se viaja al sur y sureste asiático.
Viajar con mamá

Mi más fiel y aventurera compañera de viaje durante los pasados 19 años que llevo recorriendo el globo ha sido mi madre. Aunque no viajamos tan a menudo como lo hacíamos durante mi época de estudiante en Europa, en esta ocasión quisimos rememorar aquellos momentos y lanzarnos a la aventura. A sus 73 años, mi madre tiene más dinamismo, tolerancia y energía que yo- en muchas ocasiones- y sabía que esta oportunidad de aventurar con ella una vez más, no la podía desperdiciar.
¿Croacia, Bolivia o Sri Lanka?, nos preguntamos en un inicio, ya que eran los tres destinos que nos llamaban la atención. Por ser invierno en Europa y querer evitar las bajas temperaturas, no tardaríamos mucho en tachar la primera opción de la lista. Por problemas con la rodilla de mi madre y considerando que el altiplano suramericano requiere de mejor estado físico para poder subir y bajar cuestas sin morir por soroche, eliminamos también la segunda. Quedaría la antigua Ceilán (Ceylon) en la lista, un país que tardaríamos más de 30 horas en aterrizar, pero por el cual nos decidimos eventualmente. Lonely Planet nos aseguraba que era el destino top para visitar en 2019 y una vez obtuvimos el libro de esta colección, detallamos los lugares que nos interesaban, marcamos el mapa y fuimos trazando una idea mental del viaje.
Ya a bordo de la línea aérea Emirates, despegamos en San Juan e hicimos la primera parada en Newark, luego Dubái, y finalmente, Colombo. El jetlag suele azotar más de regreso y no de ida, cosa que favorece la energía y motivación de los viajeros. Una variada y flexible agenda nos permitió alojarnos, durante 12 días, tanto en hoteles de tres y cuatro estrellas y de precios muy módicos ($50-100 USD/noche), como en family homestays, o residencias de familias locales en las que es posible tener una experiencia más local y auténtica por medio de Airbnb ($20-30USD/noche). Con cero excursiones previas o posteriormente organizadas, cero plan en cuánto a cómo movernos – aunque sabíamos que queríamos tener la experiencia de tomar transporte local-, mucha apertura mental y ganas de explorar este destino, nos lanzamos a la aventura.
En el hotel de Colombo conocimos a Jayir, un policía jubilado que ahora se dedica a pasear a turistas. Jayir terminó siendo nuestro chófer VIP durante más de la mitad del viaje. Nos cobró $60 diarios por transportarnos del punto que fuera al otro punto que fuera, tardara el tiempo que fuera. Podíamos hacer las paradas que queríamos, no existían las agendas detalladas, y mejor que todo, además de ser tremendo conductor, Jayir conocía todos los lugares más increíbles y menos frecuentados para visitar. Encima, como en Sri Lanka uno no tiene que preocuparse por esquivar manadas de turistas, a donde quiera que íbamos, éramos casi siempre las únicas extranjeras.
Jayir nos llevó a conocer los más impresionantes templos: budistas e hindúes y a veces una amalgama entre ambos. Nos iba explicando – en su inglés masticao- datos importantes sobre la historia, la política y la religión cingalesa. Recorrimos muchos kilómetros en el asiento trasero del carro de Jayir, quien era experto pasándose al carril contrario para esquivar conductores lentos y retraídos del método más sutil (dicho con ironía)- método capaz de provocar un ataque cardíaco a los más delicados.
En un inicio, previo al viaje, supuse que Sri Lanka era muy similar a la India, por no decir una fotocopia. Sin embargo, me equivoqué. La antigua Ceilán es una isla con una población budista casi en su totalidad y esta es la primera y muy significativa diferencia. Además, está muy desarrollada, limpia, ordenada y recibe una importante inyección económica de China y otras países de Asia. Aquí la vaca no es sagrada ni transita por las calles junto a otros vehículos. Tampoco se ve la contaminación, ni los residuos de la sangrienta guerra civil que duró más de 30 años y apenas del tsunami que hace 14 años se cobró la vida de miles de personas. No obstante, existen unas similitudes entre este país y la vecina India, sobre todo en términos de la estética: los tuk-tuks representan el método preferido de transporte para muchos, Bollywood es la fuente de entretenimiento preferida y los saris, la tendencia de moda más común, tanto entre cingalesas como entre indias.
De Colombo continuamos a Dambulla, un pueblo que queda a medio camino entre la capital y Anuradhapura, un importante centro arqueológico y espiritual protegido por la UNESCO. En Dambulla el foco son unos templos que yacen dentro de unas cuevas en el tope de una montaña. Se debe subir una empinada escalinata hasta alcanzar la cima desde donde se observa una enorme piedra que da la bienvenida a los visitantes y monitos que aunque parecen inofensivos y dulces, disfrutan de robarse comida, bultos y otras pertenencias. Eso me advirtieron algunos turistas molestos porque les había pasado. Los Dambulla Cave Temples son realmente preciosos y recomiendo una visita a este lugar tan escondido, espiritual y de enorme importancia arqueológica, artística y religiosa.
Uno de los tesoros más grandes de Sri Lanka aparte de todo lo que he mencionado, son para mí, precisamente los monos. De variados peinados, colores, comportamientos y personalidades, los monitos de Sri Lanka son divertidos, amorosos (entre ellos), puntos focales y musas para fotografiar, aunque también en ocasiones muestran ser agresivos. Los momentos en que pude capturarlos compartiendo con sus crías, abrazándolos y propiciando mimos, fueron realmente maravillosos. ¡Cómo me hubiese encantado traerme uno de mascota!
Aparte de los monos, también merece la pena mencionar otro de los highlights de esta memorable experiencia: los viajes en moto-taxi o tuk-tuks que siempre son divertidos, la energía de pura paz y calma que se percibe alrededor y en las afueras de los templos budistas y, sobre todo, el acercamiento que tuvimos con el Ayurveda.
Para los que desconocen sobre el tema, Ayurveda es el nombre de la «medicina tradicional» de la India que tiene como objetivo unir el cuerpo físico con la mente, proclamando que la enfermedad y la salud son el resultado de la confluencia de tres aspectos principales de la existencia o doshas. La idea general del Ayurveda es que por medio de la prevención, una dieta balanceada y saludable (combinada con especies), así como un estilo de vida en armonía con la constitución física de la persona, se logra la salud y el bienestar integral.
Gracias a Jayir, tuvimos la oportunidad de visitar Spice Garden, un centro ayurvédico donde se cultivan diferentes especies (todo desde vainilla, turmeric, cacao hasta sábila y almendra), se proveen charlas educativas, se ofrecen masajes y tratamientos in situ, y mejor aún, cuestan con una farmacia donde se consiguen todo tipo de productos naturales para mantener un estilo de vida en equilibrio con la salud y el medio ambiente. A cada una nos dieron un masaje que, sin exagerar, admito que me cambió la vida y me liberó de toda carga que pude haber estado atormentándome en ese momento. Lo mejor de todo es que ninguno de estos servicios tiene un costo, son todos administrados por el gobierno de Sri Lanka y los voluntarios que trabajan aquí solo aceptan donaciones. ¿Qué más se puede pedir?
(…)
La siguiente parada fue Anuradhapura, primera capital cingalesa, meca arqueológica y budista, así como patrimonio de la UNESCO. Aquí recorrimos toda la ciudad antigua en tuk-tuk, compartimos y nos tomamos fotos con algunos locales y tuvimos la oportunidad de explorar las ruinas de los templos, los baños reales, la ciudadela y otros monumentos.
Las fuertes lluvias de Anuradhapura impidieron que pudiéramos conocer más de esta localidad. Un par de días más tarde nos marchamos a Kandy, la ciudad donde se guarda sigilosamente una de las reliquias más importantes para los budistas: uno de los dientes de Siddhartha Gautama, guardado cuidadosamente en una urna de oro. El atractivo de esta ciudad, que también fue capital, es precisamente el Templo del Diente de Buda, un lugar sagrado de peregrinación, que se considera, debe ser frecuentado al menos una vez en la vida de los locales budistas.
Aparte del templo, otro de los atractivos de la ciudad de Kandy es el Queens Hotel. Estratégicamente ubicado justo enfrente del antes mencionado templo, este lujoso hotel de estilo colonial británico, es uno de los más antiguos en todo el país y cuenta con 160 años de historia y 80 habitaciones preciosas. Aquí nos alojamos y pagamos $80/noche por una habitación doble, desayuno y cena estilo bufé (¡sabroso!), todo incluido.
Como todos los pedazos de tierra rodeados de mar en el mundo, Sri Lanka también comparte un parecido con Puerto Rico, ya que a fin de cuentas ambas son islas tropicales de geografía variada (cordilleras, valles, litorales, ríos y muchos lagos, así como costas interminables). Aunque Sri Lanka le supera a Puerto Rico aproximadamente 7 veces en tamaño, también aquí se come pana, carambola, papaya, coco y piña. El placer que genera poder comer frutas y verduras frescas, sembradas localmente y a precios ridículamente bajos, es realmente un placer y cosa que como boricuas disfrutamos más de lo usual.
Por último y antes de concluir esta entrada, me resta contarles sobre otra de las experiencias espirituales de este viaje al fin del mundo con mamá. Un safari majestuoso que hicimos en Udawalawe, un parque nacional al sur del país donde pueden observarse varias especies de animales en su estado natural, fue realmente impresionante. Esa mañana, que resultó ser el día de Navidad, Jayir nos recogió a las 5:30, puntual como siempre. Un jeep enfangado nos esperaba a la puerta del hospedaje y tras subirnos a la parte trasera descapotable, emprendimos el viaje al parque, entre la oscuridad y el fresco de la madrugada. Los primeros rayos de sol nos dieron la bienvenida y la inmensidad de aquella tierra cobró vida con los destellos rojos, naranjas y violetas en el horizonte.
This park no good for see elephants, insistía Jayir- cosa que me tenía molesta porque el libro Lonely Planet decía lo contrario y aquel era mi real interés en haber llegado hasta allá. Pero la realidad es que Jayir- como casi siempre- tenía razón. Habían otros parques con muchos más elefantes en Sri Lanka y lograr verlos en este representaba casi un desafío. Tardamos un par de horas en lo que vimos movimiento por parte de los animales, aparte de los impresionantes pavos reales trepados en las ramas más altas de los árboles. Pero una vez se logró, era como estar en medio de la selva de Lion King. Tuvimos muchísima suerte; aquí un resumen de lo mejor que vimos.
Pareciera ser que la suerte nos acompañó incluso después del safari, cuando continuamos viendo elefantes salvajes al lado de la carretera. Aunque son criaturas hermosas, toca tener mucho cuidado al acercarse y tener contacto con ellos- cosa que los locales (incluyendo Jayir) no recomiendan en absoluto. Pero aún así, hice oídos sordos y me tomé este selfie arriesgado con mi animalito favorito en el universo. Y aunque no respeté las reglas en su totalidad, puedo decir que no me arrepiento. ¡¿Qué mejor manera de celebrar Navidad?! ¡A visitar Sri Lanka que no se arrepentirán!
Deja una respuesta