El toque de queda impuesto por el gobierno de Puerto Rico ante la amenaza que supone la pandemia del COVID-19 implica, para muchas personas, pasar por un proceso de cinco etapas psicológicas, similares a las del duelo emocional. Según la teoría desarrollada por la psiquiatra suizo-estadounidense Elisabeth Kubler-Ross en 1969, las personas tienden a emular un cierto patrón de comportamiento cuando se enfrentan a una gran pérdida. Aunque la galena se refería a la ausencia de un ser querido, no poder salir de casa implica también asumir unos cambios repentinos y difíciles de asimilar. En el primer caso es la muerte de alguien que queremos, en el segundo, la muerte de nuestra rutina habitual.
Aunque no todo el mundo experimenta las cinco etapas, ni tampoco necesariamente en el mismo orden, estos estados mentales transcurren desde el momento en que la persona se entera de la muerte o pérdida, hasta el momento en que comienza a aceptarla.
NEGACIÓN-IRA-NEGOCIACIÓN-DEPRESIÓN-ACEPTACIÓN
El dolor psicológico ocasionado por los cambios repentinos, va y viene como las olas del mar. A pesar de que la pérdida de un ser querido y la imposición del aislamiento social son fenómenos muy diferentes en sí, comparten algunos rasgos en términos de cómo las personas lidian y digieren estas experiencias. El cambio de patrones y hábitos equivale también a asumir una pérdida para dar bienvenida a una nueva realidad de vida. Es útil conocer este modelo ya que puede ayudarnos a prepararnos mejor para afrontar este tipo de experiencias. Asimismo, al comprender los procesos por los que pasamos en nuestra vida, nos permite lidiar mejor con las experiencias y lograr mayor paz y tranquilidad en nuestro entorno.
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Hace dos semanas y dos días los puertorriqueños estamos encerrados de modo forzoso en nuestros hogares por culpa de una pandemia que ha trastocado la realidad de una quinta parte del mundo. Según el Centro de Periodismo Investigativo (CPI) se estima que podrían morir entre 20 y 50 mil personas en la isla: un dato difícil de digerir. Las personas mayores son las más vulnerables, aunque hemos visto en los últimos días cómo el virus no discrimina y ha también cobrado la vida de miles de personas, entre ellas: jóvenes, adultos, niños y hasta bebés.
Cuando primero se anunció la orden ejecutiva que imponía el aislamiento social, muchos sentimos negación. Nos costó aceptar la gravedad del virus, aceptar que de momento, no podíamos volver a nuestros centros de trabajo y cumplir con las obligaciones diarias y que se vería trastocada nuestra realidad cotidiana.
Acto seguido muchos sentimos ira. Ira hacia el gobierno, las grandes corporaciones, el virus en sí, también resentimiento y resignación por no poder cambiar esta nueva realidad. Frustración sentimos por la imposición de un toque de queda, por no poder salir de casa ni cobrar un salario, ni tampoco relacionarnos con otros. La ira suele ir acompañada también de la tristeza profunda al aceptar que esto no lo podremos cambiar, al menos de momento. Este virus, al igual que la muerte, es irreversible. Además, el toque de queda es el resultado de una decisión que se ha tomado y esto implica que consciente o subconsciente muchos intentamos buscar a un culpable. Al identificar a un culpable de la desagradable sensación que sentimos, intentamos protegernos, exportar y expulsar el dolor propio.
Al no poder encontrar una solución inmediata a esta situación, afrontamos como resultado, una fuerte sensación de enfado. Es normal llorar en algunos momentos. La frustración hace que afloren en uno sentimientos explosivos, impulsivos y de grandes emociones, a veces encontradas. Muchas personas han comentado en redes sociales que el toque de queda ha provocado sensaciones de locura repentina, pues se sienten fuera de sí
La tercera etapa es la de negociación y suele ser la más corta. Aquí es cuando comenzamos a crear una película en nuestras mentes para intentar establecer una lógica dentro de la situación. Fantaseamos con la idea de poder revertirlo todo y aliviar el dolor que sentimos. Muchos se encuentran separados de sus familias, tantos otros han perdido sus empleos. A medida que pasan los días, aumenta la incertidumbre, la pobreza, el hambre, el miedo. Aquí es cuando chocamos nuevamente con la realidad y pasamos a la siguiente etapa: la depresión. Este estado de tristeza y melancolía provoca que algunos también sientan malhumor, se aíslen incluso más o desarrollen comportamientos antisociales.
Por último y en un tono más alentador se encuentra la quinta etapa: la aceptación. Esta es la meta de todo el proceso y aquí es cuando además de llegar a un estado de paz, crecemos. La cuarentena nos hará crecer, individual y colectivamente, porque no hay manera de crecer si no es por medio del sufrimiento y el cambio, que es lo único seguro que tenemos en la vida. Una vez aceptamos, nos restablecemos y reconciliamos con todas las otras emociones experimentadas. Por último, damos paso a una nueva normalidad, a la que damos la bienvenida con brazos abiertos.
Todo pasa y aunque ahora todo este caos parece eterno, también pasará y dará paso a una nueva realidad de aceptación, crecimiento y lecciones aprendidas.
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