Soy profesora, periodista y madre. Escribo desde 🇵🇷

Ser madre está de madre


Durante los últimos días se han lavado más camisas que nunca antes en casa. Por más que se vacíe, el hamper permanece lleno hasta el tope. Todas tienen algo en común: una enorme mancha blanca a la altura de uno de los hombros. Se trata de una mezcla de vómito de leche mezclada con babas de bebé. Eso combinado con una secreción que brota de los pezones y sudor, mezclado con el aroma que expulsan las hormonas de una mujer recién parida. Así huelo desde hace casi seis semanas cuando nació mi hijo. Y por más que me duche, no logro disimular esa dulce fragancia de madre primeriza que se estrena a la fuerza.

Desde que nació Noah Marcel, todo ha cobrado una nueva forma, un ritmo diverso: en ocasiones demasiado lento, en otras a las millas. En ese mismo momento de su alumbramiento el multitasking cobró un nuevo sentido. Las exigencias que implica tener una criatura recién nacida, junto a los quehaceres diarios y el trabajo profesional, se multiplican.

El bebé pasa constantemente de estar pegado al pecho, a los brazos. Esos mismos brazos y manos que cargan, son las que se encargan de limpiar, de cocinar, de doblarse a recoger alguna cosa, de dar confort a otros. Pertenecen al mismo cuerpo que se cansa y poco descansa. Un cuerpo que pasa noches en vela y días intentando encontrar la recuperación y el sueño. Se conectan además a una cabeza que retumba cada mañana por la falta de sueño y la energía invertida en tener que tapar la irritabilidad. Las tardes apenas se viven, pues los días pasan uno detrás del otro con demasiada rapidez.

Botellas que enjuagar y rellenar. Pechos que duelen, exámenes que corregir, clases virtuales que dictar. Pezones que amamantan, bebé que succiona. La casa llena de cojines que se colocan debajo de piernas, al costado de brazos, para sostener muslos, caderas y otras partes del cuerpo que quedan tendidos en el aire mientras se amamanta. Lo importante es lograr la mayor comodidad posible: física y mental. Es ese pecho la única manera de hacer dormir. Y cuando logra dormirse el bebé, se siente un gran alivio. Es cuando en lugar de echarse uno mismo la siesta, se deben continuar atendiendo más asuntos.

Mucho se ha hablado sobre la incompatibilidad de tener una vida profesional exitosa y ser mamá. Hasta que llegó Noah Marcel a nuestras vidas pensé que sería la excepción a esa regla. Me equivoqué. Existen escasos casos de mujeres que se ven apoyadas por sus lugares de trabajo en términos de su maternidad y todo lo que conlleva. Muchas otras como yo, se encuentran al margen de ese grupo. El derecho a tener una licencia de maternidad, por ejemplo, se ha tornado un privilegio en el mundo de las que trabajan por contrato o no tienen permanencia en sus lugares de empleo. Lo que por ley debe concederse, se convierte, de repente, en una regalía. Y la madre primeriza no tiene otra opción que fluir y hacer lo mejor que pueda para balancear esas dos arduas tareas: la de ser una profesional y la de tener a un recién nacido totalmente dependiente de ella.

El otro día mientras lactaba a Noah en un intento por hacer tranquilizar la rabieta y el llanto que tenía, mi perro Bruno comenzó a vomitar por toda la habitación. Había estado malito desde hace unos días y una tarde incluso colapsó y tuve que cargarlo en brazos porque apenas podía caminar. En ese instante me encontré en una complicada viacrucis obligada a tomar una decisión: separar al bebé del pecho en lo que atendía a mi querido Bruno y arriesgarme a que volviera a llorar desconsoladamente, o ignorar el gemido vomitivo del perrito en lo que Noah terminaba su sesión de alimentación y arriesgarme de que por no atenderlo, se me muriera o empeorara. En ese instante me levanté de la cama decidida a hacer ambas cosas hasta que el bebé haló mi pezón y del dolor, me tropecé y casi caigo al suelo.

Por más que queramos hacernos creer, no somos mujeres maravilla ni tenemos súper poderes. Se torna indispensable establecer prioridades en la etapa posparto y en el cuido de un recién nacido. La decisión en ese momento, sin embargo, se me hizo difícil. Quise hacer ambas cosas y me frustré ante esa imposibilidad. Somos humanas, todo no podemos; necesitamos otra mano o dos. Y está bien pedirla sin sentirse culpable.

La maternidad es una experiencia preciosísima en la que se experimentan sensaciones y emociones nunca antes vividas. Sin embargo, también puede ser una pesadilla en lo que uno se acostumbra al nuevo ritmo. He hablado con amigas que me han confesado que al inicio ni siquiera sentían ese amor incondicional del que tanto se habla, hacia sus bebés. Que se cuestionaban los primeros días y semanas si en realidad ser mamá había sido una buena decisión. Las aplaudo por su valentía y honestidad. El agotamiento físico, mental y emocional unido al dolor que se experimenta en el parto y posparto requiere de sanación. El problema es que no todas contamos con la posibilidad de tener ese tiempo de sanación y reposo, sino que una etapa colisiona con la otra sin permitir un minuto de descanso. Para no enloquecer se debe contar con un equipo o red de apoyo, es decir, personas que ofrezcan a uno paz mental y alivio. Como mujeres somos bravas, pero también vulnerables. Y reconocer esa limitación humana es parta de la solución y solo nos ayudará a ser mejores madres y profesionales en un mundo donde el apoyo es limitado y las expectativas y presiones diarias son la orden del día.

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